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Dios Min, XI dinastía. Museo Arqueológico, Florencia. |
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Dios Min, XI dinastía. Museo Arqueológico, Florencia. |
El equinocio de otoño coincide con la cosecha de las uvas. Tenemos la suerte de vivir en una comarca dedicada al vino, por donde vayamos hay tierras sembradas de vides, y en estos momentos llenas de máquinas cosechadoras o trabajadores que recogen la preciada fruta. En noviembre se hará la primera cata, el vino verde y el primer mosto fermentado estarán listos.
Esta vez hemos decidido celebrar el Equinoccio de Otoño en el campo, aprovechando los últimos días de buen tiempo. Ha sido un verano intenso, necesitamos celebrar el Equinoccio con sencillez, sin presión ni obligación. Refugiados de miradas indiscretas en medio de un encinar, reflexionamos sobre la cosecha de nuestros logros, sobre lo que ha salido bien y también sobre lo que ha salido mal. Hacemos balance, pensamos en cómo acercarnos más al siempre cambiante equilibrio interno. Hablamos sobre las nuevas tareas que Isis nos ha asignado y nos asombramos de hasta qué punto encajan en nuestra manera de ser, entreviendo los beneficios que conllevarán para nosotros y para los demás, tomamos más conciencia de nuestro propio camino individual y como Iseum. Ofrendamos pan, uvas y vino, ofrendamos palabras del corazón. Aprendemos a dejar ir lo que ya no necesitamos con dulzura, imitando a los árboles que sencillamente dejan caer las hojas, sin retenerlas, sin apego Cruzamos las puertas del otoño con ilusión y esperanza.
Es un momento del año donde el velo, al igual que en Samhain, se retira, y el contacto con el otro lado es más accesible, especialmente con las divinidades y espíritus del antiguo Egipto. Es un buen momento para practicar algún tipo de adivinación y predecir los acontecimientos del próximo año sótico que se inicia. También es un buen momento para realizar execraciones (devolver al plano mundano algo sagrado) y consagraciones (hacer sagrado algo mundano). Por ejemplo, si en el pasado consagramos una estatuilla que por el motivo que sea no queremos utilizar más podemos execrarla. O si por el contrario hemos comprado una estatuilla y queremos utilizarla con fines religiosos, podemos ahora consagrarla.
¡Feliz nuevo año sótico!
Imbolc es la festividad que se celebra en la mitad del invierno, el 2 de febrero, cuando la luz del sol va en aumento. Su presencia se establece en el cielo de la misma manera que el dios Horus establece su reinado en la tierra.
Los almendros en flor anuncian la llegada del buen tiempo. La temperatura se eleva, la nieve y el hielo de las montañas se funden renovando el agua de los ríos y avivando las semillas dormidas bajo tierra. Los partos de las ovejas, las cabras y las vacas aumentan, y el excedente de leche se convierte en productos lácteos de todo tipo y en emblema de abundancia.
En esta festividad recordamos la contienda entre Horus y Seth, que termina cuando Horus es proclamado sucesor de Osiris y nuevo rey de Egipto. En Imbolc celebramos que Horus es entronizado y que reinará siguiendo la regla de Maat, garantizando que la luz de la armonía, la paz y la justicia iluminen al mundo. Es una fiesta de restauración y renovación, llena de esperanza y nuevas promesas.
La coronación del rey de Egipto se celebraba 70 días después de la muerte del antiguo faraón, pero también se realizaba simbólicamente al principio de cualquier evento importante como el cambio de las estaciones o la crecida del Nilo para representar el inicio de una nueva etapa. Como todos los rituales egipcios, la ceremonia empezaba por una purificación, después el rey recibía su título oficial compuesto de cinco nombres y con la Doble Corona en la cabeza se sentaba en dos tronos que representaban el Alto y el Bajo Egipto. Acto seguido se entrelazaba una guirnalda con papiros y lotos alrededor de una columna de madera, así los emblemas de las Dos Tierras protegerían al faraón. Después, el nuevo rey disparaba cuatro flechas en las cuatro direcciones para anunciar su dominio sobre todo Egipto. Por último el faraón debía correr alrededor de las murallas del palacio, que simbolizaban la frontera del país, afirmando una vez más su papel como regente y protector de las Dos Tierras.
A Horus también se lo identifica con la chispa divina en nuestro interior, la voz de la conciencia superior que habita nuestro corazón, y que demasiadas veces queda silenciada por el ruido del estrés y la vida cotidiana. En el Antiguo Egipto había una diosa poco conocida llamada Horet, el Horus femenino, relacionada con la diosa Hathor, pudiendo ser un aspecto de la misma. Normalmente los hombres se sienten más identificados con Horus y las mujeres con Horet, aunque no tiene porque ser forzosamente así. Otras personas sienten que su chispa divina se identifica mejor con otra divinidad. Aprovechemos esta fiesta para escuchar, para dar espacio y permitir que la luz y la voz de la divinidad interna nos inunde. Es un buen momento para renovar los lazos con nuestro verdadero Ser.
¡Feliz Imbolc!